Soliloquio

Nombre:

miércoles, agosto 16, 2006


De vuelta

Nada ha cambiado en mi ausencia
He echado de menos este contraluz anaranjado y el olor del incienso de canela.
El helecho sigue meciéndose en la terraza cuando se apagan las luces.
Ya sin contar hasta diez, no hay motivos para la calma.
De vuelta.
No estallarán los relojes mientras espero a que me crezcan las alas.
-Sorprendentemente no se me ha olvidado respirar-

Sueños de canela

SUEÑOS DE CANELA

Por primera vez agradeció que las cacerolas no estuvieran lo suficientemente limpias como para reflejar su imagen. Una sonrisa sarcástica asomó por entre las rayitas de su ajado carmín pensando en como llamaría su suegra al evidente “descuido de brillo” en el acero inoxidable de los utensilios de cocina....
Antes, semejante fallo le hubiera sumido en una total pesadumbre... ahora, se limpiaría el culo con la crítica constructiva de su mamá política.
El caso es que sobraban cacharros en la cocina, como sobraban kilos en el espacio escueto entre su pecho y sus caderas. Había un desorden manifiesto en el tinte de su cabeza, las uñas parecían un cuadro olvidado de Tapies y la comodidad de las zapatillas estaban reñidas con la mas elemental estética.
Envoltorio adecuado para un fracaso de mujer.
Calor y color en apenas tres metros cuadrados, justo el espacio donde Cenicienta reina a ratos.
Especias para despertar los sentidos y ajo para poner en su punto una irrevocable realidad.
Sobraban sueños de canela y amaneceres de chocolate en las estanterías de su memoria.
¡Si para ella fuera tan fácil trasformarse la vida como transformar los sabores...!
Quizás sobraban años.
En un despliegue de imaginación, la espuma del fregadero, casi olía a mar... ese mar adoptado en el corazón que ponía olas desbordantes a los deseos mas ocultos.
Mientras, la luz de la ventana se cuela arañando la oscuridad del mouse de dátil.....
Las cuatro paredes de su cocina son la frontera que la separan de la cordura. Es su sesión de terapia anti-stress.
Nadie osa abrir la puerta hasta que los ruidos se apagan. ¡Que ingratos!
Si aprendieran al menos a compartir el vacío, no le pesaría tanto el humo del cigarrillo.
Se acaba... Piensa que el delantal es el asilo mas barato donde dejar los viejos miedos que estorban.
Todo en su vida está hilvanado y se ajusta los harapos para que no se le escape el alma por los agujeros.
Nadie ha contado las horas pero el reloj agoniza ya, sin tiempo para escribir un epitafio decente...
Muerde el silencio como maná escaso. Cierra los ojos. Repasa. Revive. Recuerda. Respira...
Una vez tuvo veinte años y unas alas. Dos veces parió con dolor, y de esa herida se alimenta cada minuto de su vida.
Vivir. Por una vez. Vivir.
Ya no quiere ser protagonista de un cuento de hojas amarillas, le sobran los espejos donde mirar su fracaso, y la cuenta atrás de casi treinta años de soledad compartida la va derramando por los rincones.
Abandona desafiante el delantal y cruza sin miedo esa frontera de cordura. Sin mirar atrás desanda el pasillo mientras resuenan en su memoria los portazos que ella nunca dio...
Ningún equipaje la ata, ninguna palabra de amor la detiene. Lágrimas no le quedan, ni temores, ni dudas. Desnuda hasta de razones se ha quedado y con esa desnudez avanza sin importarle que la señalen con el dedo.
Hoy robará retales de ilusión con los que hacerse un vestido de fiesta...
Su libertad es como un sol colado por el tamiz de los días amargos. Repentina locura de luz le abre los ojos mientras contempla la casa desde la acera de enfrente. Tan cerca en la distancia, tan lejos del corazón... su casa.
Ya es otro calendario el que rige sus días. Camina descalza sin que le apriete el zapato de cristal de otro tiempo. Ese mar que soñó, es ahora el que susurra bajo sus pies. Rumor de sonrisa libre, la espuma, que le regala caricias de sal.
Se está mirando en el agua.
Es una mujer nueva.
Se gusta.
Y le viene a la memoria el brillo del acero inoxidable de sus utensilios de cocina. Recuerda su carmín ajado y esas uñas destrozadas de arañar la felicidad, seguramente.... Cambió sus kilos de más por la angustia de menos.
Se pintó el pelo de azul y la vida de rosa.
No hay rencores. ( Ni suegra, gracias a Dios)