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viernes, julio 13, 2007

La casa de Manuela





La casa de Manuela



La veo llegar. A penas puede con el cántaro.
El pelo completamente blanco le cae descuidado sobre los hombros.
Lleva un vestido -parece negro-, raído, y silenciosas alpargatas de esparto.
Un camino en desuso, una vereda a medio borrar viene de la fuente vieja hasta el sardinel de su casa. Descansa secando el sudor de su frente con un pañuelo de yerba y luego me invita a pasar.
Allí se divide la cal en cuatro estancias y rompiendo la sincronía del blanco, la cocina de lozas coloradas y cemento. Aun conserva la pileta del carbón aunque ya, para otros menesteres.
Sobre el poyete dos lebrillos de barro donde fregar los cacharros, con un estropajo de soga y el jabón de cáustica y aceite que ella misma elabora en aquella esquina del corral.
Guarda en la alacena sartenes y trébedes que añoran las chimeneas.
Al lado del ventanuco cuelgan las uvas pasas bajo la mirada indiferente del gato pardo –que ese es su color y su nombre-
Las sillas de enea, la mesa de madera de olivo son invitación permanente a la tertulia acompañada de tazones de café de cebada.
Justo enfrente, un chinero donde se guarda la vajilla de los días de fiesta, el azucarero de alpaca plateada, el mantel de lienzo moreno…
En la covacha con meticuloso orden, cántaras de latón con aceite del molino, tinajas con miel, y en un cajón de madera, los morrongos de pan.
Subiendo la escalera, el granero. Ya no hay trigo, ni maíz, ni garbanzos, ni tabaco en los secaderos.
Ahora es un curioso laberinto de telarañas, un espacio de tiempo muerto, un mercadillo de enigmáticos baúles. Que me encanta.
(Cuando os termine de describir la casa de Manuela, despertaré las historias que duermen en los arcones.)
De esas cuatro estancias blancas que os dije, dos son para el descanso, con usos alternativos alguna vez, (cuarto de aseo, vestidor o sala de partos)
Una cama centrada a un crucifijo -o al revés-. La cómoda en cuyos cajones se guarda el ajuar que pasa de generación en generación. Nada, apenas dos
sábanas de hilo, unas toallas de lino bordadas y la colcha de crochet de primorosa blonda para lucirla mientras dura el reposo, la cuarentena después de parir.
Una mesilla de noche y sobre ella una palmatoria con un cabo de cera de abejas, un despertador de campana, de esos que clavan el tic-tac en los dobladillos del sueño.
Colchones de borra, mantas de lana, y los estores o cortinas con dibujos chinescos.
Bajo la cama, en verano, se acuestan las sandías y los melones, en invierno, las cebollas y las patatas en improvisado almacén.
La otra estancia, sala de estar, comedor, cuarto de costura, y rincón de siesta todo en uno. Se adornan las paredes con las fotos de los antepasados (feos la mayoría), en los maceteros brillan las pilistras. Hay cojines almidonados en las mecedoras y cerca de la ventana un búcaro que suda.
Una parte de este suelo es de piedra que, regado muy temprano, mantiene fresca la casa. (Según me cuenta, esta disposición de piedras y tierra prensada formando dibujos se la debemos a los árabes para hacer más liviano el calor en los veranos de Andalucía)
El zaguán, pieza importante de la casa, sitio de charlas vecinales, lugar donde se fraguaban amoríos, antesala de visitas y muestrario de riquezas o pobrezas según blasones.
El techo de la cocina, que ya os dije, es de cañas y adobe. Allí anidan gorriones, golondrinas y avispas en total desconcierto.
De allí al patio chico se cubren las paredes de enredaderas, buganvillas y jazmines centenarios.
El pozo se arrincona a la derecha. (Os cuento… yo aun dudo si la luna vive, o no, en el agua quieta del pozo)
En los inservibles cubos de lata se siembra la hierbabuena, la alhucema y el romero.
Y más allá del pozo, el emparrado de uvas moradas y dulces, mientras de otra rama, en injerto, una variedad verde y áspera que se guarda en botes con aguardiente para todo el año.
Esa es la esquina desde donde se escuchan mejor los grillos en las noches de verano. Allí se tumban las hamacas y se hacen cabañuelas contemplando el cielo limpio de agosto.
El baño de cinc y las macetas de claveles, son fijos en el corral.
Diferente es cuando se acuestan las chicharras y llega la madrugada, la brisa y el sueño, a esta casa de la que os hablo…
Entonces, entonces no sabría describirla.
…El pelo completamente blanco, le cae descuidado sobre los hombros.
Me acompaña a la puerta con sus silenciosas alpargatas de esparto y miro su vestido raído, -parece negro-
Me despido. La veo marchar… apenas puede con el cántaro.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Es tan real y tan vivido por una mayoria de gente de pueblo de esta andalucia trashumante por obligacion..que al leerte Rosa_desastre, no pude ni quise contener unas lagrimas que me saliero de tan profundo.como ese pozo donde duerme la luna.......Gracias por dejar que tembien el alma sueñe y recuerde

2:50 p. m.  

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