Soliloquio
lunes, julio 30, 2007
jueves, julio 26, 2007
martes, julio 24, 2007
Limosna
Tú eres mi reloj de sol
Toda mi vida gira a tu sombra desde que te encontré
Te abrazo cada instante sin frenar tu paso
Cuento contigo mil segundos y ni me notas,
Atravieso las horas esperando una caricia sin prisa
Y tu…
Tú te regalas a otras palabras más seductoras
A otras urgencias más libres.
Y a mi…
me das la limosna del tiempo que te sobra.
sábado, julio 21, 2007
domingo, julio 15, 2007
Contagio
Contagio
Que pesadilla he tenido mientras soñaba despierta.
Tenía que contar, seleccionar, clasificar, valorar, remendar y curar corazones rotos.
Todos los que otros encontraron a su paso y que apartaron a las orillas.
Simples estorbos
Solo vísceras
Conté muchos corazones inservibles,
Seleccioné aquellos que de tanto dolor ni levantaron la mirada.
Clasifiqué por colores la púrpura gangrena del desamor
Valoré el daño, sangraban sin hacer ruido.
Remendé con caricias todas las ausencias, todos los abandonos.
Curé solo a la mitad
-Dios, está de vacaciones-
Me contagié de amor y ahora soy yo la que se muere en la orilla,
Como un simple estorbo
solo una víscera.
¡Y Dios, sin aparecer!
viernes, julio 13, 2007
La casa de Manuela
La casa de Manuela
La veo llegar. A penas puede con el cántaro.
El pelo completamente blanco le cae descuidado sobre los hombros.
Lleva un vestido -parece negro-, raído, y silenciosas alpargatas de esparto.
Un camino en desuso, una vereda a medio borrar viene de la fuente vieja hasta el sardinel de su casa. Descansa secando el sudor de su frente con un pañuelo de yerba y luego me invita a pasar.
Allí se divide la cal en cuatro estancias y rompiendo la sincronía del blanco, la cocina de lozas coloradas y cemento. Aun conserva la pileta del carbón aunque ya, para otros menesteres.
Sobre el poyete dos lebrillos de barro donde fregar los cacharros, con un estropajo de soga y el jabón de cáustica y aceite que ella misma elabora en aquella esquina del corral.
Guarda en la alacena sartenes y trébedes que añoran las chimeneas.
Al lado del ventanuco cuelgan las uvas pasas bajo la mirada indiferente del gato pardo –que ese es su color y su nombre-
Las sillas de enea, la mesa de madera de olivo son invitación permanente a la tertulia acompañada de tazones de café de cebada.
Justo enfrente, un chinero donde se guarda la vajilla de los días de fiesta, el azucarero de alpaca plateada, el mantel de lienzo moreno…
En la covacha con meticuloso orden, cántaras de latón con aceite del molino, tinajas con miel, y en un cajón de madera, los morrongos de pan.
Subiendo la escalera, el granero. Ya no hay trigo, ni maíz, ni garbanzos, ni tabaco en los secaderos.
Ahora es un curioso laberinto de telarañas, un espacio de tiempo muerto, un mercadillo de enigmáticos baúles. Que me encanta.
(Cuando os termine de describir la casa de Manuela, despertaré las historias que duermen en los arcones.)
De esas cuatro estancias blancas que os dije, dos son para el descanso, con usos alternativos alguna vez, (cuarto de aseo, vestidor o sala de partos)
Una cama centrada a un crucifijo -o al revés-. La cómoda en cuyos cajones se guarda el ajuar que pasa de generación en generación. Nada, apenas dos
sábanas de hilo, unas toallas de lino bordadas y la colcha de crochet de primorosa blonda para lucirla mientras dura el reposo, la cuarentena después de parir.
Una mesilla de noche y sobre ella una palmatoria con un cabo de cera de abejas, un despertador de campana, de esos que clavan el tic-tac en los dobladillos del sueño.
Colchones de borra, mantas de lana, y los estores o cortinas con dibujos chinescos.
Bajo la cama, en verano, se acuestan las sandías y los melones, en invierno, las cebollas y las patatas en improvisado almacén.
La otra estancia, sala de estar, comedor, cuarto de costura, y rincón de siesta todo en uno. Se adornan las paredes con las fotos de los antepasados (feos la mayoría), en los maceteros brillan las pilistras. Hay cojines almidonados en las mecedoras y cerca de la ventana un búcaro que suda.
Una parte de este suelo es de piedra que, regado muy temprano, mantiene fresca la casa. (Según me cuenta, esta disposición de piedras y tierra prensada formando dibujos se la debemos a los árabes para hacer más liviano el calor en los veranos de Andalucía)
El zaguán, pieza importante de la casa, sitio de charlas vecinales, lugar donde se fraguaban amoríos, antesala de visitas y muestrario de riquezas o pobrezas según blasones.
El techo de la cocina, que ya os dije, es de cañas y adobe. Allí anidan gorriones, golondrinas y avispas en total desconcierto.
De allí al patio chico se cubren las paredes de enredaderas, buganvillas y jazmines centenarios.
El pozo se arrincona a la derecha. (Os cuento… yo aun dudo si la luna vive, o no, en el agua quieta del pozo)
En los inservibles cubos de lata se siembra la hierbabuena, la alhucema y el romero.
Y más allá del pozo, el emparrado de uvas moradas y dulces, mientras de otra rama, en injerto, una variedad verde y áspera que se guarda en botes con aguardiente para todo el año.
Esa es la esquina desde donde se escuchan mejor los grillos en las noches de verano. Allí se tumban las hamacas y se hacen cabañuelas contemplando el cielo limpio de agosto.
El baño de cinc y las macetas de claveles, son fijos en el corral.
Diferente es cuando se acuestan las chicharras y llega la madrugada, la brisa y el sueño, a esta casa de la que os hablo…
Entonces, entonces no sabría describirla.
…El pelo completamente blanco, le cae descuidado sobre los hombros.
Me acompaña a la puerta con sus silenciosas alpargatas de esparto y miro su vestido raído, -parece negro-
Me despido. La veo marchar… apenas puede con el cántaro.
sábado, julio 07, 2007
Ejercicio de futuro
-Ejercicio de futuro-
Porque quiero ser tan mujer como ahora, dentro de treinta años, sin que me agobien mas arrugas que las del alma.
Coleccionar zapatos para llegar a la altura de muchos y bajar descalza a los suburbios de otros sin que me tiemble la sonrisa.
No quiero perder la capacidad de razonar, y si, de vez en cuando, perderme en las razones de alguien.
Quiero contar los días sin prisa desde una ventana que de al mar, disfrutar los atardeceres en silencio y saborearlos mientras me comparten.
Nunca sola, no quiero estar sola.
Despertar en los próximos treinta años acurrucada a la vida, acompasando el corazón a ritmo de “dos”
Quiero estrenar caricias cada día y que me digan cada noche… aun te quiero “desastre”.
Necesito horas infinitas para leer lo que aún no he leído y aprender muchas cosas que mermen mi ignorancia.
Quiero saciar la agridulce espera, comer sin temor la manzana prohibida, morder entre dos, un sueño. Empacharme de mimos.
Pero a ratos, quiero mancharme las manos de nada, llorar si lo necesito, mirar a los ojos sin miedo y escribir poemas de amor sin justificar destinatarios.
Quiero ejercer de amante, ser artesana de historias, inventar cuentos, jugar con barcos de papel, bordar lunas y soles en las sábanas de cuna, pintar crepúsculos y amaneceres en el lienzo de su espalda.
Quiero ser tan rica como ahora, tener lo justo para valorar lo que la vida me ofrece.
Ganar mi pan y mi paz por no ser una carga para nadie.
Dar sin pedir, recibir y entregarme sin exigencias, sin cumpli-mientos.
Quiero viajar… perderme… aunque sea por los cuatro pasos que separen mi piel de otra piel.
Quiero… no esperar, como hoy, un milagro.